La otra cara (dura) de los programas gratuitos

Desde hace más de tres años solo uso programas gratuitos. No especialmente por filosofía, sino porque mi experiencia me dice que funcionan mejor. Reconozco que desde mi apreciación puede haber cambiado el panorama. En mi caso, en su momento, me las vi con el Windows Vista en el portátil que acaba de adquirir y cuando meses después tuve que cambiar el sobremesa opté por Linux, ya que en el mercado solo estaba disponible una versión de Windows: el Vista. Dos meses después había formateado el portátil (un Compaq) e instalado en él, también, Ubuntu.

En realidad decir que solo uso Ubuntu quizás sea exagerado. Solo lo uso en casa, eso sí. Pero tanto en la oficina, cuyo ordenador me suministran instalado y mantienen sin mi actuación, como en casa de algunos familiares (donde sí me encargo del mantenimiento) me las veo con instalaciones varias de Windows.

Y de los programas gratuitos de Windows es de los que os iba a hablar.

Recientemente tuve que reinstalar el Windows Xp de mi sobrino, principalmente por el elevado número de troyanos y malware que acumulaba, pero también porque la partición del sistema se le había quedado pequeña. Lo cierto es que al ir a instalarle un antivirus distinto, para comprobar su estado me asombro que pudiera navegar con su i-Explorer: más de la mitad de la pantalla eran barras de ayuda, búsqueda,… y muchas de pura publicidad.

Cuando le pregunte por qué tenía tantas la respuesta fue cuanto menos curiosas: eran gratis y venían con programas que se había bajado gratis de internet.

Lo bien cierto es que muchas de esas funcionalidades añadidas “gratis” para nuestros navegadores, e incluso el propio navegador en sí, los pagamos con nuestra privacidad. Lejos están ya los días en que Microsoft empezó a proporcionar gratis su navegador Explorer porque las páginas creadas con su servidor y entorno de desarrollo no se veían bien más que con este… y a la inversa: si navegabas con el Explorer solo se veían bien las páginas desarrolladas con programas de Microsoft, que sí eran de pago. Hoy, en cambio nuestro pago es la privacidad: que las páginas que visitamos lleguen a diversos servidores, como los de Google o Yahoo, o nuestro tiempo, páginas de publicidad que nos apareen de repente. ¡Y eso se nos vende como gratis! ¡Vaya cara!

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