Adiós Esperanza

Ser libre, en el sentido de no estar hipotecado, no de no comprometerse, es una buena situación. En el pasado, tras el golpe de estado del 13 de marzo de 2004 me planteé apuntarme al partido popular, aunque no lo hice pues algunos planteamientos de ellos, aquí en Valencia, no me convencían. Poco duraron mis simpatías por los sucesores de Aznar, pues aquí y en otras partes de España les empecé a ver ramalazos peligrosos. Tanto que en las autonómicas posteriores ya no fueron mi opción política.
Mente aquellos que más cercanos sentía a mi forma de pensar no se presentaron a las elecciones del 2012 por lo que acabé apoyando al más mediático de los candidatos valencianos, el actor Toni Cantó, sin esperanza ninguna de que llegara a hacer algo, pero puesto que “los mios” nunca habían obtenido escaños tampoco variaba mucho las cosas. Lo que únicamente era un voto de protesta, algo meramente simbólico, del que esperaba discrepar muy pronto oyendo a su jefa de filas, de la que sí se suponía que iba a obtener escaño, con la cual coincido en cosas, pero discrepo en otras muchas pues no me considero de izquierdas ¡y menos de esta izquierda orweliana que existe en España!, pero las palabras y actos de ambos me hacen pensar que la izquierda española quizás sí pueda tener arreglo.
Mientras, desde otro ámbito, veía con envidia como los madrileños podían oír a sus lideres, en especial a Esperanza Aguirre, pronunciar discursos nacionales y actuar en favor de la libertad de forma que unos desparecidos (y supuestos) lideres nacionales del partido no hacían, con la esperanza de ver como un día saltaba a la política nacional y tomaba el relevo de la (in)existente dirección actual, a la par que aumentaban mis reparos a un PP valenciano que cada día más parece una sucursal de CIU antes que una parte del mismo partido que Esperanza Aguirre.
Esta semana, aunque elegantemente ha esgrimido los “motivos personales” y ha calificado su gravísima enfermedad de “presuntamente curada” queriendo dar a entender que podría tratarse, aún, de un problema de salud, hemos visto lo que, en mi opinión, significa el triunfo de los que traicionan a España desde la Calle Génova, al igual que desde Ferraz. Las presiones, internas y externas, de su partido, de funcionarios del gobierno afectos a un partido (no necesariamente el suyo) y la presión continua de los enemigos (aunque elegantemente afirme que en política no hay enemigos los hay, y no necesariamente en partidos opuestos) y de los adversarios, los unos jugando sucio y los otros en buena lid, han acabado por desanimarla.
Su abandono aleja la posibilidad de una derecha liberal y democrática, que no tenga vocación de “partido campesino de Polonia” afecta al régimen mediático-político de izquierdas que impera en España, dirigido no necesariamente desde un partido. Ojala la dejadez de su partido no se pase a la última esperanza de España, ahora que ella y no está, y la naciente flor se mantenga y crezca, pues no deja de ser curiosa la reacción de los demás a su dimisión. Reacción que dice mucho de lo que ella no dijo. Desde el profundo reconocimiento expresado por Tomas Gómez y la sorpresa de Rubalcaba y Rosa Diez hasta la escueta y fría nota oficial del presidente del gobierno y líder del PP (lo que reitero dice más de los motivos de la dimisión de Esperanza que cualquier otro discurso) hasta el enfado del portavoz comunista de Madrid lo que un periodista definió como “el peor insulto que hoy día puedes dirigirle a un comunista: decirle que es comunista”.
Hoy España es menos verídica y más mentirosa. Esperemos que no lo sea por demasiado tiempo.

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